21 de julio de 2008

MEMORIAS POR ANDRES FIDALGO: SU TESTIMONIO INAUGURO EL JUICIO POR LA VERDAD EN JUJUY

San Salvador de Jujuy, 20 de julio (Agenda Pública/Por María Inés Zigarán).No puedo escribir mucho más de lo que es público respecto de la vida de Andrés Fidalgo. Su producción literaria, su ejercicio en la justicia y su militancia en derechos humanos han sido ampliamente difundidas. Sin embargo hay algo que quiero agregar.
Lo recuerdo a Andrés aquella tarde de marzo de 2003, cuando comenzaba finalmente en Jujuy el Juicio por la Verdad, una conquista que alcanzamos para que la sociedad local pudiera conocer los horrores de la dictadura.
Andrés fue el primer testigo del juicio. Nuestro compañero Carlos Tilca que había pedido testimoniar antes de morir, no pudo llegar a la audiencia, el cáncer lo silenció. Entonces, quienes integrábamos el equipo de apoyo a los juicios volvimos a la idea original: convocar a Andrés para que iniciara este camino de reconstrucción de la historia de la represión. Nos parecía que la fuerza simbólica de este hombre de la cultura, sus conocimientos, su trabajo de investigación sobre derechos humanos y su historia personal, lo posicionaban como un testigo privilegiado para transitar el rompecabeza que, sabíamos, algún día nos iba a conducir a la justicia que reclamamos por los/as detenidos/as desaparecidos/as.
Andrés tuvo siempre una memoria prodigiosa, una memoria del detalle que volvía a sus relatos en historias sin final. Recuerdo sus apasionantes crónicas orales, llenas de información minuciosa que revestía un alto de grado de verdad porque eran el resultado de un trabajo con una enorme exigencia metodológica.
El día que comenzaba el juicio Andrés estaba sentado, con una enorme entereza y dignidad, en medio de la sala que habilitó el Juzgado Federal en la esquina de Ramírez de Velazco y San Martín. El hombre sentado frente al juez, el Dr. Mariano Wenceslao Cardozo, con firmeza relató historias de los sucesos ocurridos en Jujuy durante la década del 70. Historias de las que no sólo fue testigo directo sino de la que fue además víctima. Y nuevamente dijo su verdad, la misma que había expresado ya en estrados judiciales anteriores en Buenos Aires, en España, la misma que repetía con paciencia y sabiduría en las conferencia, paneles, entrevistas, en los diálogos informales...
Recuerdo que ese día cuando íbamos camino al Juzgado donde iba a comenzar el Juicio por la Verdad le dije a uno de los abogados del equipo jurídico, a Pablo Baca, que sentía una extraña sensación, tal vez contradictoria: estaba contenta por el avance que significaba iniciar el juicio por la verdad, pero al mismo tiempo sentía una enorme tristeza, que se me confundía con la culpa, porque Andrés iba a tener que volver a relatar -una vez más- su versión sobre la fatídica historia de la dictadura en Jujuy. Una dictadura que había dejado en Andrés y en Nélida, su esposa y compañera entrañable, una enorme herida: la desaparición de Alcira.
El extenso testimonio de Andrés duró poco más de cuatro horas y sólo terminó por decisión del juez, porque Andrés podía seguir hablando sin tiempo, ilimitadamente, recordando todos los detalles, todos los sucesos, todos los nombres, todas las sensaciones… de lo vivido durante su cautiverio en el Penal de Gorriti, su historia del exilio, sus luchas por la justicia, su apasionada búsqueda de caminos institucionales para mitigar los dolores del genocidio.
Debo decir que me impresionó siempre su entereza, su dignidad, su valor para relatar una y otra vez ese período negro de la historia argentina y hacerlo con firmeza, con precisión y una inmensa pasión por la verdad y la justicia. Sin venganza, sin extralimitaciones, sin intentar jamás infligir una calumnia o una injuria, sin agravios y, hasta diría, sin rencores.
Andrés fue un hombre excesivamente apegado a la juridicidad y por eso cauteloso en la investigación y en la revelación de los resultados. Tan cauteloso que sólo proveyó la lista de los represores y sus cómplices a la justicia, no quiso incorporarla a su libro de memorias “Historia de las violaciones a los derechos humanos en la Provincia de Jujuy – 1976 – 1983” tal vez porque no quiso que fuera usada como una herramienta de justicia popular o condena social, en tiempos de impunidad que eran un caldo de cultivo para la bronca. El sabía que llegaría el tiempo de la justicia, porque para eso trabajó y por suerte pudo ver este tiempo, pudo vivir la alegría de la derogación de las leyes de obediencia de vida y punto final, pudo asistir al juicio por la verdad, al reinicio de los juicios penales y pudo ver que las garantías judiciales que les fueron negadas a los desaparecidos, les fueron reconocidas a los represores, para quienes no quiso más que la condena que está prevista en las leyes.
A pesar de su historia personal, de la herida lacerante por Alcira, Andrés mantuvo siempre la calma. Tuvo una fortaleza y una integridad ejemplares. Nos enseñó a todos quienes compartimos la lucha por la memoria, la verdad y la justicia, que el camino es árido pero que es posible llegar y que la utopía no es más que una verdad anticipada. Gracias por su valor, sus enseñanzas y su herencia. Que seamos capaces de vivirla

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